BERTOLÍN, ¡UNA, DOS, TRES!-FEDERICO MUELAS

Reseña de Juan Clemente Gómez

LITERATURA INFANTIL

BERTOLÍN, ¡UNA, DOS, TRES!-FEDERICO MUELAS.-Editorial Doncel

Según José García Nieto, Federico escribió esta obra basándose en una leyenda que, de niño, había oído a su madre. El milagro acaecido en el Monasterio de Claraval a mediados del siglo XIV.

Pensado y gestado como guion de cine, gana el Concurso Nacional de Guiones en el año 1961, pasándolo poco después al género novelístico Consigue el PREMIO DONCEL en 1962,el mismo año que José Mª Sánchez Silva, publica su Marcelino Pan y Vino. Casualidad de las casualidades. O quizá no.

No es mi intención hacer un estudio comparativo exhaustivo de ambas obras. Tema interesante para críticos e investigadores.

Esta obra fue editada en el mismo año 1962, en el mes de noviembre, por la editorial Doncel, en la colección la Ballena Alegre.

Sugestiva, esotérica y misteriosa es la dedicación del libro:

“A todos los que saben rezar sin  palabras, con la gozosa ofrenda de lo penosamente aprendido.” ¿Lo penosamente aprendido es la ofrenda que hace Federico a sus lectores? O es en cambio la forma de rezar de los que no saben rezar?

Bertolín es un niño titiritero, que de la mano de Gisberto, su padre  pobre de solemnidad, tan pobre que es calificado en una ocasión como YUNQUE HUMANO ESCOGIDO POR LA MISERIA Y LA INJUSTICIA anda por la Castilla de 1340 dando tumbos por los pueblos inhóspitos y con el invierno a la vista, sufriendo humillaciones, amarguras, fatalidades y desencuentros, escarnios y atropellos.

Tan pobre es el padre del niño, que le han quitado ya las ganas de ser hombre, hasta contestar en una ocasión a uno de los personajes: SEÑOR, NO SOMOS NADIE 

Tiene dos partes muy distintas 

a) Vida nómada

b) Vida en el claustro del convento

En la primera etapa del libro sus protagonistas bien definidos son:

-Gisberto, el padre
-El propio Bertolín
-Micaela,criada
-Crisanto de Vera, gigante 

Desde las primeras líneas Federico nos introduce en un mundo regido por la ambición feudal, ambición que da lugar a contemplar crueldades tales como:

-Muñones de manos cercenadas
-Cuencas de ojos vacío
-Lengua tajada 


Sobrecogedor resulta el encuentro con los restos de un ajusticiado en un rollo a la entrada de un pueblo.

En este ambiente feudal, DONDE LA HAMBRUNA SE HA HECHO CRÓNICA:

“El padre y el hijo comían a dos carrillos y sin escrúpulos, tenían retrasadas demasiadas ollas” este ambiente miserable es  campo abonado para el egoísmo y crueldad de los nobles, así como la soberbia de los señores que en varias ocasiones se aprovechan del ínfimo grado social de Bertolín y su  padre para ponerlos en ridículo y burlarse de ellos.

Esta primera parte de Bertolín es una puesta en escena de las miserias de la sociedad española medieval, y va in crescendo hasta la muerte de Crisanto de Vera, EL REVOLUCIONARIO, el gigante osado e incauto que se levantó contra el poder del gran señor; el insurgente, el indignado de la época, que es abatido a flechazos, como   pieza de caza, cuando menos se lo esperaba, haciendo malabarismos en una plaza de pueblo.

Es el momento álgido, cuando Bertolín se encuentra con la cruda fiereza de la muerte. Pero como una vuelta de tuerca más, Federico insiste en la crueldad del poderoso, el padre del niño  es torturado y él, un chiquillo que solo ha visto   la cara amarga   de la vida, mientras su padre sufre en el potro él yace en un extremo de la prisión SOBRE UN MONTÓN DE BÁLAGO, ARREBUJADO EN SU PÁNICO sin comprender cómo los sayones del señor feudal, en su sed insaciable de sangre   han matado también al perrillo Chucho, como si él tuviera alguna culpa.

En este punto, una vez puestos en libertad, llegamos a una de las frases más conmovedoras e ilustrativas del libro. Cuando son encontrados por el fraile andariego camino del convento, al ser preguntado Gisberto si está enfermo, responde:

“De la peor enfermedad: LA QUE DAN LOS HOMBRES, no la que envía Dios”.

Recogidos padre e hijo en el convento, el padre, malherido a causa de las torturas sufridas muere al poco tiempo y Bertolín queda sumido  en la orfandad más absoluta. Eclipsado al principio por la buena acogida de los frailes, pronto se da cuenta del clasismo excluyente, incluso de la incomprensión que reina en el convento, donde hay dos mundos bien diferentes: el marginal propio de los legos, ajenos al mundillo conventual,  un mundo de segunda o tercera categoría que se dedica a cuidar el jardín, la huerta, los corrales un mundo fuera del sistema frailesco; y el mundo señorial, que se encuentra dentro, bajo la autoridad del prior todopoderoso, un mundo rodeado de libros, altares y ceremonias al que Bertolín no podrá llegar nunca.

Federico, maestro en rizar rizos, en realizar escorzos imposibles añade a este panorama sombrío conventual con una sencilla pincelada a la generosidad del conde de Toldrar, que cede a los frailes  todas sus inmensas  tierras y vive en el convento como un sencillo lego, el lego Froilán sin  arte ni parte en los designios de la santa casa, como si nos dijera: “Aún no está todo perdido” “Aún hay gente buena en el mundo”

La acción se va desarrollando cada vez más rápidamente vislumbrándose un rápido final, pues Bertolín no tiene   futuro encerrado entre las paredes del convento. Se acentúa el clímax cuando es  olvidado por los frailes mandamases y poderosos, sintiéndose de nuevo como un trapo, una estatua rota, un don nadie, como su difunto padre.

El niño, en un afán de superación y rebeldía contenida, rompe todas las reglas conventuales y le ofrece a la Virgen, aprovechando el silencio y la soledad de la noche, todo su arte de titiritero y saltimbanqui, dejándose la vida en la misma iglesia, es su mejor ofrenda. La virgen, bajo la advocación de la Flor le obsequia agradecida  con  la flor  milagrosa. Los frailes quedan boquiabiertos al ver que aquel chiquillo no era un don nadie para María, sino   su  preferido. FIN DE LA HISTORIA.

Podría haber tenido otro final:

    a) Bertolín sigue en el convento, profesa como fraile y se convierte en azote de los señores feudales.

    b) Bertolín  en pleno vigor de su juventud, huye,  y adopta como madre a la criada  que tanto cariño le demostró cuando era niño y como un águila Roja de la época va en busca del asesino de su padre.

    c) La  madre de Bertolín, ausente durante toda la obra, aparece de pronto, se lo lleva y se convierte en un nuevo  lazarillo viviendo por las calles la picaresca de nuestro siglo de Oro.

Y otros más posibles, tantos como produzca la imaginación del lector-escritor.

Sin embargo Federico escoge el suyo. La presión social de la postguerra española, el moralismo imperante fueron sin duda graves obstáculos para finales atrevidos. Federico elige el final de la fantasía, encarnada en una leyenda popular. Así es Federico. Descubre el mundo de los pobres, pone el dedo en la llaga y elige la fantasía, no para evadirse de la realidad, sino como sublimación de la persona humilde.

Una obra literaria necesita sustentarse en andamiajes estéticos, necesita estar arropada por elementos complementarios, como una casa necesita ser decorada, amueblada para ser habitada:

a) En BERTOLÍN una, dos tres. Federico no se ha olvidado de su Cuenca querida y riega la obra con nombres propios de la geografía conquense:

Vadillos, Torrebuceit, Atalaya del Cañizar, El Herrumblar, Portilla, Jabalera, el mítico Campos de Trebia, Nohelda, Pineda del Rey y el más sugestivo de todos: Halconera. ¿No será nuestra cercana Palomera? Quizás esté jugando con el dúo inverosímil de la paloma frente al halcón. Paloma: Palomera; Halcón: Halconera.

b) Comenta Raúl Torres en el prólogo del Cuadernillo dedicado a Federico Muelas, con motivo de la VII Feria del Libro:

“El siete era su número testigo, su condición de esotérico cabal”

Ese número aparece en la obra reencarnado en los siete monjes servidores de la Virgen en el convento primitivo de Claraval: sus nombres: Acisclo- Ildegardo, Sabas, Melecio, Landoaldo, Zósimas, Suitberto. “El número mágico, 7, se mantuvo durante siglos hasta la reforma del papa San Dámaso que permitió se ampliara el número hasta veintiún fraile. La cifra no fue establecida libremente; resultaba   de triplicar el siete inicial, lo que daba lugar al veintiuno, número igualmente cabalístico, dos y uno, que a su vez origina el tres de la Trilogía. 

El candelabro de tres luces que el Papa regaló al templo, una en cada vértice del triángulo, explicaba simbólicamente la razón de su reforma y perpetuaba en hierro su deseo.

Insiste el maestro Federico en el tema de la cábala, incluyendo un sugerente ensalmo que las gentes del lugar rezaban al acercarse a la tumbas de los siete frailes:

Por los siete nudos del cordón de Acisclo;

Por las siete voces que Ildegardo espera

Por la siete grajas que hablaron con Sabas,

Por las siete colmenas de oro de Melecio,

Por las siete campanas de aire de Landoaldo

 por las siete raíces de sangre de Zósimas,

Por las siete puertas que cerró Suitberto,

Virgen de la Flor, ruega por nosotros en vivo o en muerto.

¿Cabe mayor esoterismo imaginarse a los fieles devotos dar vueltas alrededor de las tumbas, llamadas las siete piedras de la verdad, desgranando uno tras otros los versos de este misterioso ensalmo?

c) Enamorado de las palabras, Federico desparrama a lo largo de esta obra vocablos sonoros, rotundos, rebosantes de hidalguía castellana:

Palabras como: turbonada, trojes, senojiles, ropón, chusco, zaque, retajas, caralsol (no el de la camisa nueva, por supuesto, sino el lugar, pared o rincón, recogido y protegido de vientos y fríos donde el sol calienta con más fuerza, las mujeres sacan la costura y disfrutan compartiendo con las vecinas los sinsabores de la jornada.)

Otras como pleita, gazaperas, cancho, cachicuerna, bálago, balandrán, despabiladera o ascuarril, una de mis favoritas.

Calificativos hostiles pero no  insultantes, tales como palurdo, pazguato o bigardo, que se han ido perdiendo con el correr de los tiempos o están en peligro de extinción.

¡Se podría jugar tanto  en las aulas de Lengua y Literatura con estas palabras! 

Una obra siempre tiene varias lecturas:


Federico, el autor, refleja la vida en una balanza con dos platillos:

En uno pone la miseria, la opresión del fuerte, el miedo, el hambre, el dolor que ocasiona la muerte, el dolor por la huida misteriosa de la madre, en el otro, contrarrestando, aparece la libertad plasmada en la vida  al aire libre de los caminos.

En la segunda parte de la obra, la del convento, aparece de nuevo la balanza: por una parte la protección, el cariño del lego Macario, la seguridad de una vida apacible y sin sobresaltos.

Por otra la frialdad, el alejamiento de la curia frailuna, la decepción, en ambas comparaciones, Federico vuelve a elegir  la libertad, aún a costa de la muerte, porque la muerte del protagonista es recogida por el absoluto, por el Misterio de La Divinidad, encarnado en la Virgen María que se abaja al nivel del sencillo y humilde.

Un libro con gran carga social y rociado de fantasía, cóctel apropiado para convertirse en un libro no solo de premio, sino básico para la literatura conquense, que los mayores leerán con agrado y los niños disfrutarán saboreando su corteza literaria. Hacerles caer en la cuenta de la sustancia del mismo, de sus valores intrínsecos y subliminales  es tarea propia de educadores y animadores lectores.

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