Feria, de Ana Iris Simón: la vida añorada en la Mancha

   

Feria, de Ana Iris Simón.

Desde hace unos meses, son varias las personas que me han recomendado de manera muy entusiasta esta novela. Efectivamente, una vez que lo comencé, no pude parar de leerlo, y eso siempre es buena señal. 

Esto es lo que os puedo contar de Feria, y lo que expliqué el lunes día 11 en Hoy por Hoy Cuenca, en el Rincón de los libros que dedica Cadera Ser Cuenca a la lectura de la mano de Paco Auñón:


Ana Iris Simón

Es periodista. Nació en Campo de Criptana, Ciudad Real, en 1991, un dato que se ve reflejado en el libro de una manera muy determinante.

Estudió Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid compaginando sus estudios con varios trabajos. Estuvo viviendo en Madrid un tiempo y consiguió sus primeros trabajos en publicaciones como Telva y, más adelante, siguió en Vice y como guionista en Playz de RTVE. A lo largo de su carrera ha colaborado con distintos medios.

En 2020 publicó esta novela, que por ahora es la primera y la única que al año siguiente fue reconocida con el Premio "Las Librerías Recomiendan", otorgado por las librerías independientes españolas a los títulos más destacados del año anterior.

El resto de su biografía la podemos conocer a través de sus propias palabras, ya que Feria es un libro a mitad de camino de la novela y la autobiografía, este género tan de moda de un tiempo a esta parte, que los críticos denominan autoficción (que se diferencia de la autobiografía en que en la autobiografía se presupone que lo que cuenta el narrador ha ocurrido realmente en su totalidad, mientras que en la autoficción hay datos que pueden estar modificados ya que, como en una novela, no se está contando exactamente la realidad sino que se está simulando, recreando).

Quién nos cuenta esta historia, cómo se posiciona la autora antes de comenzar:

Hay un prólogo que es toda una declaración de intenciones. La autora es una mujer española nacida en los 90 (en 1991) que vive en Madrid, una gran ciudad donde emigró desde un pueblo pequeño para estudiar y donde se ha quedado para tener más oportunidades laborales. Pertenece a una generación a la que la crisis económica de 2008 pilló comenzando a estudiar o terminando sus estudios universitarios y que actualmente (al menos, en el momento de comenzar la novela) vive en una sensación de inestabilidad constante, de precariedad constante. Va encadenando contratos y ERTES, y no se plantea comprar un piso o tener hijos.

Sin embargo en este planteamiento, no hay ninguna certeza o victimismo; Ana Iris nos escribe desde las contradicciones que entraña su elección vital: también reconoce que invierte sus recursos en el ocio (las plataformas digitales, los libros, los conciertos...) o que se puede permitir lujos como pasar un año de Erasmus. Por otro lado, también reconoce que, a pesar de que su elección es libre, siente envidia de la generación anterior, la de sus padres. Y este es el detonante, esta reflexión sobre sus padres y abuelos, es lo que le lleva a explicar la vida de su familia.

Y lo que hace es hablar de su familia, de su pasado

La protagonista, Ana Iris, siente que hay una distancia entre su vida actual y su pasado desde dos puntos de vista: el estilo de vida y también por la necesidad de abandonar un pueblo pequeño: Ontígola (en Toledo), o incluso Aranjuez, donde estudió la primaria y la secundaria, e instalarse en la gran ciudad. Este cambio lleva implícito una distancia no solo física sino mental: la de considerar a los del pueblo, precisamente, como unos paletos. Y el complejo que ella ha tenido siempre, que incluso le llevó a ocultar a sus compañeros de clase que sus abuelos maternos eran unos feriantes, porque pensaba que le iba a hacer quedar como una vagabunda.

Con 30 años, sin embargo, se reconcilia con su pasado y nos lo cuenta. Y lo hace desde una absoluta honradez, un tono que evita tanto la crítica, el juicio, como lo contrario, ensalzar o mitificar esa vida de niña, esa vida en el pueblo.

Es una historia que leemos como algo sincero, sin impostura

Es una novela-biografía totalmente sincera respecto a la historia que cuenta porque en ella hay datos muy concretos y muy bien explicados sobre la vida cotidiana. Sobre cómo mandaban a los niños en el pueblo a hacer los recados, o cómo jugaban en una escombrera, pero también de cómo se reían del tonto del pueblo, o cómo el cartero (o la cartera, en este caso, su Madre, Ana Mari), tenía la oficina en su propio domicilio y a cambio, Correos les pagaba 1000 pesetas.

Cómo es la familia de la que nos habla

Las dos familias de Ana Iris, la de su padre, los Simones y la de su madre, los feriantes, con una multitud de hermanos, tíos y primos, son los protagonistas de la novela y desfilan por ella dejando un reguero de anécdotas divertidísimas, de escenas memorables, a pesar de ser cotidianas, de pertencer a su día a día más íntimo. Y ese es el gran logro del libro: hacer de la vida cotidiana de los pueblos de hace 20, 30 años e incluso de hoy, un relato interesante y entretenido.

Este día a día, con sus peculiaridades, su ropa tendida en el patio porque uno de los tíos riega a los niños literalmente, en verano, o de esas ferias que dejan de tener sentido porque ya hay centros comerciales donde comprar, comer y distraerse, ese mundo está en la esencia de quién es ella y de cómo es ella.

En las historias que contaban los abuelos, en las anécdotas que se inventaba el padre, en la manera de hablar a gritos de la madre, en los disparates que dicen o inventan sus tíos, hay un arraigo a una tierra y a una España que no es la de las grandes ciudades, y que no es la que suele protagonizar los relatos en literatura o el cine: que es el pueblo de la Mancha, que tiene su propia idiosincracia, y que tiene que ver con otra forma de ver el mundo y de entender el mundo y al que pertenecen muchas personas que se van a sentir identificados con él, con el mundo del libro.

También es un libro con el que podemos reflexionar sobre muchas cuestiones

Y a través de la anécdota, del relato de cómo se vive en Ontígola, en Criptana, y en las idas y venidas de un sitio a otro, nos está planteando grandes cuestiones filosóficas, vitales: por ejemplo, la fuerte presencia de la política en su padre, que era comunista porque su padre también lo había sido, y su abuelo, y ateo "monoteísta", según su propia descripción, y sin embargo ella desde pequeña, y a escondidas decide tomar la Comunión como una forma de rebelarse, pero lo cuenta sin darle importancia, como toman las decisiones las niñas pequeñas, más por la curiosidad de lo que le están prohibiendo que por verdadera convicción.

Es muy interesante también la relación con su madre, que en un momento dado, de joven, piensa que no está lo suficientemente pendiente de ella, porque le deja mucha libertad, no es una madre pesada, como la de sus amgigos del instituto. Sin embargo, de mayor entiende que "mi madre pertenece a una comunidad errante y buhonera, sin horarios ni raíz alguna salvo la que agarra en el corazón, sin más seguridad que la de no tener jamás una rutina".

También se plantea, ya de adulta, cuestiones peliagudas, polémicas, como la independencia de las mujeres y con absoluta naturalidad, divaga sobre si no sería más cómodo ser una mujer florero, y si lo de que las mujeres deban trabajar es un invento del capitalismo para meternos en la rueda de la productividad.

Está escrito con mucha sencillez, es fácil de leer

Precisamente, el tono del libro es quizás, su principal virtud. Está escrito con sencillez, con precisión, sin alardes de estilo pero con una prosa fluida e hipnótica. Esto suena a tópico, pero es cierto que el tono del libro va crenado una especie de adicción, su ritmo continuo, su manera de explicar las cosas con aparente sencillez pero escogiendo cuidadosamente la manera, nos va haciendo avanzar casi sin darnos cuenta y sin poder dejarlo. Tiene también un tono lírico, poético, que se va entrelazando con la ironía y el humor con los que ha toma distancia de su historia, y con multitud de palabras que pertenecen a ese mundo y a esas personas de las que nos habla.

El resultado es una novela fresca, original y muy apegada a la realidad que cuenta, a pesar de que es una realidad filtrada por la multitud de relatos que contiene y de su propia y pausada memoria afectiva, y replantearse su vida. De hecho, ya de vuelta a Aranjuez, le dedica uno de los párrafos más líricos a su hijo, recién nacido, y que se destaca en la contra portada:









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