Hoy recomendamos: "El miedo va a cambiar de bar", de Jesús Huerta

"Yo por lo menos sabía que era desgraciado, que era pobre, que estaba desarraigado, que desentonaba. Ese era mi único consuelo, mi única alegría. Pero no bastaban. Habría sido mejor para mi paz espiritual, para mi alma, que hubiera expresado mi rebelión a las claras". (Trópico de cáncer, Henry Miller).

La sinopsis de la contraportada habla de una noche de borrachera, de peripecias divertidas, de personajes sorprendentes. Sin embargo, El miedo va a cambiar de bar va mucho más allá y una vez leída la novela, llegamos a la conclusión de que el autor ha jugado con nosotros. De que, con la excusa del alcohol y la música, nos ha llevado por terrenos mucho más resbaladizos que una simple juerga nocturna en una ciudad provinciana.

Comencemos por el título, una reescritura del tema “El miedo va a cambiar de bando”, de Riot Propaganda (tachado en la portada, a modo de grafiti, en el que se sustituye “bando” por “bar”). Para los ignorantes musicales como yo, explicamos que Riot Propaganda es (fue) un grupo que mezcla rap con guitarras eléctricas y se caracteriza por sus letras comprometidas para despertar conciencias con un fuerte trasfondo político. El tema en cuestión, del año 2013, denuncia con contundencia los efectos de la crisis económica que se saldó con los damnificados habituales (el sistema educativo, la investigación científica, los inmigrantes) y agrandó las diferencias entre ricos y pobres, aderezando la mezcla con buenas dosis de censura y cinismo institucional. 

Esta elección del título como presentación y como música de fondo no es casual. Nada en esta novela lo es. 

Desde el comienzo de la trama el autor juega al despiste. “La cultura del alcohol es internacional y por eso la bebida es el mejor lubricante social para relacionarnos con personas de otras nacionalidades”. Este arranque tan cargado de ironía da paso a una juerga en la que tres bares son el escenario por el que desfilan los habituales de la noche: grupos de amigos disfrazados para una despedida de soltero; el borracho desengañado metido a filósofo; el grupo de chicas que solo quieren bailar, el camello, el barman… 

Sin embargo, este protagonista/narrador, a través de su visión personalísima del mundo, nos desliza desde la primera página la crítica social que atraviesa el relato sin tregua (“Naturalmente, hay gente retrógrada a la que le disgusta que los extranjeros puedan tener negocios”) con especial atención a la ciudad, que claro está, es para nosotros perfectamente reconocible (“Es un paseo a través de comercios fantasma que han resultado ser las primeras víctimas del agonizante negocio local”).

Nuestro protagonista es un auténtico antihéroe. Recae en pedir otra copa en contra de sus propias intenciones, se enamora de la chica equivocada y sufre atenazado por los celos y la inseguridad, en el terreno laboral no le va mucho mejor... Pero este tipo, que se nos presenta como un fracasado a ojos de la sociedad biempensante, que apenas sonríe porque le duelen demasiado las heridas del pasado y que ha iniciado una huida hacia delante esperando espantar a la monotonía, lucha a su manera contra los malos: racistas, xenófobos, machistas, jefes acosadores, reciben su merecido tras provocar en él una rabia sorda, contenida, inmisericorde. La violencia estalla inesperadamente de un tipo aparentemente tranquilo y pacífico, propulsada por su intolerancia a la injusticia y a los que la espolean y perpetúan, aunque en esta lucha lleva las de perder. El universo de El miedo… a pesar de las bromas y las juergas, es sombrío y brumoso, llega a ser toda una apología de los perdedores, un esperpento en el que el mundo se refleja en un espejo deformado, valle-inclanesco.

También nos intenta despistar la estructura de la novela, puesto que está dividida en tres actos. No en tres capítulos, ni tres episodios. Son tres actos porque ante nuestros ojos se desarrolla una representación teatral. El escenario es una ciudad, el tiempo está delimitado a una noche y la acción se desarrolla en tres partes clásicas (planteamiento, nudo y desenlace); pero además, a pesar de que el autor intenta distraernos con las anécdotas aparentemente triviales del protagonista y su amigo Juan -que charlan con el mismo interés de porros que de política exterior- la tensión dramática de esta noche delirante va in crescendo, haciendo que una fuerza invisible a la que estos personajes no se saben resistir les arrastre hacia un final catártico. El lector/espectador, asiste asombrado e hipnotizado con una sensación premonitoria de que algo pasará de manera inevitable.

Jesús Huerta, escritor experto, bregado en mil artículos en los que mezcla de manera brillante su bagaje cultural con la observación de primera mano de las trincheras, creador de una prosa limpia, rápida, concretísima, ha irrumpido en el mundo literario con toda una declaración de intenciones, que esperemos que le sirva de impulso y aliciente para las siguientes novelas. Esperamos, impacientes…

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