En club de novela
negra “Casas Ahorcadas” convoca el "II Certamen de
Microrrelatos “Fan Fiction”
Por Sergio Vera Valencia, coordinador del Club de Lectura de Novela Negra "Las casas ahorcadas"
http://casasahorcadas.blogspot.com
Bases:
1- Podrán participar, con un máximo
de dos microrrelatos por barba o barbilla, todos aquellos plumíferos mayores de 16 años, de cualquier
nacionalidad, que puedan estar presentes
en la entrega del premio y cuyas obras estén escritas en castellano o
conquense legible sin diccionario de la RACAL.
2. Los relatos tendrán un máximo de
300 palabras y deberán ambientarse
en el ínclito Bar del Piojoso, como en el excelso ejemplo que acompaña a
estas no menos magníficas pero modestas bases.
3. Los relatos podrán ser
publicados en el blog casasahorcadas.blogspot.com, en el Boletín literario
de la biblioteca municipal, o cualquier otro medio que Obama
considere oportuno.
4. Los participantes deberán remitir sus microgenialidades y datos
personales (a saber, nombre, fecha de
nacimiento y situación de su cuenta corriente) a la dirección: casasahorcadas@gmail.com, antes de las
24 h del 5 de Enero.
6. Los tres microrrelatos ganadores
serán premiados con un ejemplar de “El
enviado”, con o sin beso (con o sin lengua) de J. E. álamo y se darán a conocer durante la presentación de
dicha obra maestra de la literatura contemporánea, que tendrá lugar el 10 de Enero a partir de las 18 h en el salón de actos
del Centro Cultural Aguirre.
7.
El jurado estará compuesto por el autor de la novela, el apuesto coordinador de
las Casas Ahorcadas y todos aquellos incautos que se presten a tan grata y
altruista labor, y a falta de jamones ibéricos de última hora, su veredicto
será inapelable.
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Microrrelato de ejemplo:
“El Tamaño Sí Importa” (por Joe E.
Álamo)
El habitual sale
del váter. Mientras se abrocha la bragueta a la vista de todos y acomoda las
partes nobles, expele un sentido “Jodeeeer”
clavando la mirada en el dueño del bar. Éste le mira de reojo rascándose su
propia entrepierna con desgana.
No falla, esos
magreos son contagiosos y me tengo que decir que a mí no me pica nada, así que
quietecito con la mano.
–Jodeeeeer –repite
el habitual, ajustándose unas enormes gafas con montura de pasta. Señala con el
pulgar a su espalda y pasea la mirada entre los presentes en busca de un cómplice.
No lo encuentra. Ya he comentado la sensación que tiene cada uno a esas horas
menudas de la mañana: la de que ese día podía ser el primero de algo distinto,
el inicio de una vida diferente, y todos se aferran a la sensación el tiempo
que pueden.
El Piojoso, ante el
gesto descompuesto de Gafas, un buen cliente carajillero, acaba por soltar un
“¿Qué?” con un “No me jodas a estas horas” entre la Q y la E. Gafas, más
animado, enfrenta las palmas de las manos y las separa a unos diez centímetros
de distancia.
–Así, era así,
–sentencia.
–Pues si que la
tienes pequeña –suelta otro de los habituales.
Una carcajada seca
recibe el comentario, risa a la que sigue un coro de toses. Se apagan unos
cigarrillos mientras esputos indescriptibles pasean por las bocas. No llegan a
asomar por los labios y prefiero no pensar en su destino. A continuación,
cigarrillos frescos toman el lugar de los consumidos. Gafas aprieta los labios
algo molesto, aunque enseguida se recompone.
–Una cucaracha,
joder, una cucaracha así –repite y separa un poco más las manos.
–¿Así? –exclama el
Piojoso, de pronto interesado.
Gafas cabecea
encantado de que al fin le hagan caso.
–Sí, te lo juro. –Y
las manos se vuelven a separar un poco más
– Detrás de la
taza.
–¡Ah! –dice el
Piojoso muy serio-. ¡Pues esa era la peque! ¡Si te llega a pillar la grande, te
encula! –exclama dando una sonora palmada en la barra.
Esta vez las
carcajadas son más intensas y duraderas. A fin de cuentas, éste es el tipo que
les pone el café y la copa todas las mañanas, mejor tenerlo de cara. De las
toses mejor no hablar.
–Mira que eres
cabrón –farfulla Gafas, cabizbajo.
–Si quieres, pasa
al almacén –sigue el Piojoso en un raro, rarísimo acceso de humor–, ahí hasta
juegan al fútbol y todo, las muy hijas de puta.
Las risas surgen de
nuevo pero los esputos vuelven a hacer de las suyas así que notando un pequeño
revuelo estomacal (y os juro que soy bastante duro en ese sentido) pago el café
y me largo, preguntándome por enésima vez que coño hago yo ahí.
“El café”, me digo
mientras me alejo. “Es por el café”.
...El café... ¿Lo
guardará en el almacén?
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